En 1882 se inauguró oficialmente la nueva iglesia de la Recoleta Dominica, que incorporó mejorados espacios para el coro, la orquesta y el órgano, a los que se sumaron la capilla musical y la biblioteca, que tuvieron sus propios repertorios, objetos y sujetos.
El convento de la Recoleta Dominica se transformó en un ambiente alternativo a la labor de intérpretes y compositores entre los que se cuentan varios maestros de capilla de la Catedral de Santiago, como José Antonio González, Manuel Salas Castillo, José Zapiola, e incluso José Bernardo Alcedo, el destacado compositor peruano de quien el Archivo conserva varias obras.
Esta diversidad existió gracias a la mirada del superior fray Francisco Álvarez, quien vio la música un elemento para realzar la liturgia y motivar la participación de los fieles.
Otras instancias en las que se ejecutaban sonidos fueron los servicios fúnebres, en los que la música era una prestación muy solicitada, como se manifiesta en la Lista de gastos ejecutados en este ámbito.
En la Academia de Humanidades, en la que los frailes enseñaban las primeras letras a jóvenes, se utilizaron métodos de enseñanza y tratados de teoría musical para traspasar conocimientos musicales.
Dentro del espacio de la Recoleta Dominica, como sus pasillos, caminos y jardines interiores, la música y sonidos eran considerados como un elemento que colaboraba en los trabajos comunitarios o en las oraciones que los frailes realizaban a diario.