Hasta 1853 convivió en la Recoleta Dominica la práctica de la oración, la contemplación y la enseñanza de jóvenes. Para ello contaba con su iglesia, el convento, la sección dedicada a los novicios o estudiantes y una escuela.
Su terreno también albergaba un cementerio para los miembros de la orden, jardines, en uno de los cuales existía un reloj solar y alrededor de los cuales se encontraban los claustros, una cancha de juegos, una huerta y un viñedo.
Mantener todo este sistema suponía gastos que debían ser enfrentados por la comunidad recoletana de diversas maneras, dentro de lo que se ha conocido como economía religiosa.
Ésta contemplaba ingresos por concepto de misas y limosnas, venta de productos el propio convento producía como aguardiente y chacolí, y entradas por conceptos de arriendo de bodegas, casa y cuartos de alquiler que había construido a los alrededores del convento. Los egresos estuvieron preferentemente orientados al culto y la alimentación de los frailes.
Con la información contenida en los libros de cargo y data fue posible realizar un relato sobre la vida cotidiana en el convento (Rondón, 1999), una lista de gastos ejecutados en materia musical y un panorama de las transformaciones a las que remitían las salidas de dinero en este ámbito específico.
Estos papeles no fueron incluidos dentro del comodato entregado por la orden a la Dibam en 1998, que incluía espacios y colecciones como el claustro, la biblioteca, libros, objetos litúrgicos, pinturas, entre otros.
Hoy es posible el acceso público sólo a uno de esos libros, correspondiente al tomo III, que abarca los años 1837-1953, disponible en biblioteca.