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Colección de la Biblioteca del Convento de Santo Domingo

Solapas secundarias

Origen y desarrollo de la Biblioteca Patrimonial Recoleta Dominica


La Biblioteca de la Recoleta Dominica es considerada una de las colecciones de libros científico-religiosos más grande, importante y antigua de Chile y América Latina.

Su origen se remonta a 1753, junto con el Convento de la Recoleta Dominica en Santiago de Chile, por el maestro y fundador de esta casa de observancia, el fraile chileno Manuel de Acuña.

Al regresar de Roma con las licencias del Padre Maestro General de la Orden para dicha fundación, trajo consigo una cantidad significativa de obras escogidas que serían la base de la futura gran biblioteca.

Su deseo era que la ciencia permaneciese incólume, intacta, considerando a los frailes como los encargados de transmitir esa verdad. Para esto era necesario que éstos se formasen, y "tuviesen abundantísimas fuentes donde instruirse y fueran la vanguardia en el dilatado horizonte del humano saber".

Desde sus comienzos estuvo apoyada por Fray Sebastián Díaz, quien fue uno de los primeros en traer la imprenta a Chile y por Fray Antonio de Molina, que fue el fundador del noviciado y el primero que implantó los estudios formales en este convento.

Al principio fue bastante difícil y costosa la traída de libros para esta lejana región del mundo. Sin embargo, las crónicas del convento señalan que desde el año 1753 a 1823, la Biblioteca conventual se había acrecentado en 2.385 volúmenes.

La Biblioteca de la Recoleta Dominica pretendía abarcar todas las ramas de la ciencia, objetivo que fue posible debido a que muchos frailes viajaban a Europa y traían consigo volúmenes que ayudaban a acrecentar las colecciones.

Los sucesivos prelados de la Recoleta dispusieron sus mejores esfuerzos en incrementar la colección, con libros religiosos y con obras pertenecientes a diversas disciplinas científicas y humanistas.

Un ejemplo es el fraile argentino Justo de Santa María de Oro que según las crónicas conventuales trajo de Europa en 1809 más de 300 volúmenes.

Fray Ramón Arce a su vez, al regresar de Roma en compañía del Delegado Apostólico Monseñor Muzzi en 1824, trajo consigo 1.241 volúmenes de los mejores autores latinos e italianos gastándose la suma de 1.277 pesos y seis reales, nos dice la crónica del Padre Francisco Álvarez.

Con todo, es en 1836 cuando la colección recibe uno de los mayores impulsos al hacerse cargo ésta Fray Domingo Aracena, considerado como uno de los espíritus más cultivados de la época.

Durante la dirección de Aracena, la biblioteca aumentó significativamente el número de obras - alcanzando hacia 1866 más de 15.000 volúmenes. Por su parte, pasaron a formar parte de ésta verdaderas joyas bibliográficas, entre las que se cuentan la Biblia Políglota de Arias Montano, la Patrología de Migne, el Acta Sanctorum de los Bolandistas, la Biblia Poliglota de Walton, etc.

Con Aracena también se consolidó otro de los rasgos que singulariza a esta Biblioteca: acoger importantes obras de la producción intelectual chilena del siglo XIX. Buena parte de ello es la completa y muy bien conservada colección de Anales de la Universidad de Chile y otras obras de singular importancia en la evolución cultural del país.

La Biblioteca además estaba suscrita a publicaciones de actualidad nacional tales como: El Araucano, El Mercurio, La Revista Católica, El Siglo, El Despertador Eucarístico, El Progreso, El Diario, La Gaceta del Comercio, entre otras.

Dos hechos merecen destacarse en relación a la historia de la Biblioteca. Según algunos estudiosos, en 1783 se instaló aquí la tercera imprenta que conoció Chile, de cuyas prensas salió el segundo impreso más antiguo que conserva el país (El reglamento de la Recoleta Dominica, conservado en la Sala Medina de la Biblioteca Nacional).

Por otra parte, cabe consignar que hacia 1877 la Biblioteca instaló un completísimo taller de encuadernación que tuvo equipos provenientes de Europa. Bajo la hábil dirección de los religiosos este Taller tuvo una producción de mucha calidad, cuyo resultado se puede apreciar en el cuidadoso y bello aspecto que ofrecen los libros de la colección.

Este taller de encuadernación surgió por la necesidad que existía de arreglar un gran número de volúmenes que estaban desencuadernados. El problema era que la Biblioteca contaba con solo una tosca prensa de madera a mano para esos fines, por lo que se encargó a Europa una máquina recortadora de papel, una satinadora, una cartonera, gran variedad de caracteres y todos los útiles necesarios para empastar y dorar.

Con este Taller tan bien montado la Biblioteca presentó un aspecto elegante y los trabajos, antes burdos, eran ahora lujosos y a la altura del arte europeo.

En 1876 comenzó la construcción de un nuevo edificio para el convento y Biblioteca. Las salas anteriores no daban abasto, además de estar viejas, ser poco higiénicas y ruinosas. Debido a esto se aprobó la demolición de algunas áreas para dar comienzo a una nueva obra con todas las comodidades que los actuales tiempos exigían. El edificio de la Biblioteca debía ocupar un lugar de distinción, por lo que se le destinó un amplio y extenso salón donde pudieran tener cabida todos los libros.

En 1887, al culminar la construcción del convento, la Biblioteca se trasladó a sus actuales dependencias, donde ha permanecido hasta la fecha.

Legado

Desde los inicios de la República hasta principios del siglo XX, esta biblioteca tuvo su mayor esplendor, obedeciendo al auge económico, social y cultural del periodo y al dominio casi exclusivo del pensamiento religioso.

Consultada por grandes pensadores y sabios insignes, logró posicionarse como una de las bibliotecas con mayor acervo bibliográfico de ese tiempo.

En 1910, bajo la dirección de Fray Vicente González, se publicó un catálogo cuidadosamente impreso que consigna más de 33.000 volúmenes.

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