Misticismo: unión con Dios y santidad
Experiencias personales de acercamiento a Dios, relatos del tránsito hacia la divinidad y de la transformación interior son elementos centrales del misticismo. Esta palabra comenzó a usarse en el siglo XII como un método, un género de discurso y un área de conocimiento específico (De Certeau, 2007: 350).
Apenas apareció, la mística se constituyó como una novedad que circunscribió hechos aislables o extraordinarios (vida mística), tipos sociales (los místicos) y una ciencia particular (la mística).
La mística tuvo un método que contempló las siguientes etapas relacionadas con las potencias del alma, definidas como las capacidades o herramientas de que dispone el alma humana para obtener su salvación:
- Vía purgativa: la memoria se limpia de los apegos sensitivos que provienen del cuerpo que impiden orientarse plenamente hacia Dios. La privación corporal y la oración son los principales medios de limpieza.
- Vía iluminativa: una vez limpio el entendimiento de toda relación con lo material, queda dispuesto para entregarse a la "sabiduría oscura" o "sabiduría secreta" que se sabe sin necesidad de entender. Esta experiencia se llama fe. Es la elevación del entendimiento hacia Dios.
- Vía unitiva: el alma alcanza el grado más perfecto de la unión con Dios cuando ha vaciado su propia voluntad, lo más íntimo que se entrega a Dios. La alianza es conocida como "éxtasis".
Éxtasis, misticismo y literatura
Se creía que el éxtasis era otorgado por Dios, aunque casi siempre era el resultado de una trayectoria vital tan extraordinaria que merecía ser contada. Cuando sucedía se exteriorizaba de diferentes formas como:
- Estigmas o llagas: heridas que reproducen las sufridas por Cristo en la cruz.
- Manifestaciones proféticas: Jesús, María o el Espíritu Santo anuncian a la persona algún mensaje trascendente o revelador.
- Vuelos del alma o rapto de los sentidos: el místico mira hacia su interior y se aísla del mundo de las apariencias. Adquiere un conocimiento esencial de sí mismo.
En España, los místicos más conocidos fueron san Juan de la Cruz, san Juan de Ávila, Fray Luis de Granada, Fray Francisco de Osuna, santa Teresa de Jesús, san Juan de la Cruz, Fray Pedro Malón de Chaide, Fray Antonio de Molina, entre otros. Ellos escribieron sus experiencias, las que conformaron un género y tradición literaria.
Esta literatura empleó palabras y significados propios que constituyeron un lenguaje metafórico particular. Arrobamiento, éxtasis, unión, amor divino, abstracción de los sentidos, amor divino, ayuno, soledad, oración, humildad, trabajo, penitencia, mortificación e introspección, entre otras, son vocabularios que utilizaron los místicos y se encuentran en las hagiografías que presenta el padre Manuel Amado.
La difusión e imitación de la mística trajo consigo algunos problemas prácticos y teóricos: ¿cuál era la verdadera unión con Dios, cómo comprobarla?
En el siglo XVI a Iglesia Católica comenzó a controlar estas experiencias, pues algunas se escapaban a las rígidas convenciones de espiritualidad que impuso el Concilio de Trento en Europa y sus colonias. El clero puso especial cuidado entre las mujeres, pues abundaban en ellas falsas interpretaciones que las convertían en ilusas, alumbradas o endemoniadas, como se llamó a las formas heterodoxas de la espiritualidad (Araya: 2004).
Hagiografías: relatos de la vida de los santos
La hagiografía es la narración de la vida de los santos a través de detalles que muestran su unión con Dios. Sus vidas se leían como sermones y se catalogaban en calendarios anuales de los que se hacían versiones cortas, algunas contenidas en los libros de horas.
Eran contadas y representadas con mucha exactitud, pues podían derivar en herejías si eran mal descifradas por el receptor al confundir o igualar el gesto con la virtud profunda y sincera.
La publicación del Compendio histórico de la vida de los santos en 1829 pretendía renovar la circulación de estos relatos, perdidos en medio de lo que el autor consideró los "ataques de los hijos de las tinieblas" o "corifeos de la desmoralización".
Llamó así a los representantes de la Ilustración, quienes pretendían fijar nuevos modelos de caridad, filantropía y amor en la sociedad, difundidos rápidamente con el uso de la imprenta.
Frente a esta amenaza, el padre Amado propuso que "así también gastasen los amantes del Orden los suyos para proporcionar a todos a poca costa, y en formas cómodas y agradables, los libros de sana doctrina" (Amado, 1829: p. VI).
La publicación de este libro estuvo dirigida a asentar en la memoria arquetipos fundados de santidad y virtud.
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